Publicado en El Periódico de Catalunya, 1991-IX-18
Como en aquellos anuncios, a mi también me lo enseñó mi vecina.
- ¿Sabes qué he aprendido en la vida? - me dijo un día que hablábamos de no sé qué en el rellano de la escalera.
- ¿Qué? - le contesté.
- He aprendido a dar tiempo al tiempo - me confesó.
Había leído mucho sobre el tiempo. Pero sólo ella me descubrió el antídoto contra la tiranía del tiempo, a la que yo me someto sin darme cuenta. Y ayer, cuando me despedía de estas vacaciones que ya no volverán, juré recordárnoslo con un artículo.
De nuevo me miré en el espejo de mi agenda. Y al preguntarle qué será de mí, entonó con sarcasmo los primeros compromisos y plazos que he de cumplir y que acepté yo que sé cuándo ni por qué. El malestar empezó en el estómago: este verano me había excedido en no hacer nada, tenía que haber aprovechado más el tiempo para hacer esto y aquello... ¡Y eso que las páginas de esa compañera imprescindible todavía no han empezado a llenarse de obligaciones ineludibles!. La desazón contrajo mis entrañas. Y el tic tac del día a día, hora a hora, minuto a minuto, entrecortó mi respiración hasta la asfixia...
Corrí a buscar el detergente de mi vecina. Nada como dar tiempo al tiempo para acabar con la dictadura del tiempo. Si no os lo creéis... ¡haced la prueba del algodón!