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Vislumbrar el futuro

Publicado en El Periódico de Catalunya, 1992-IX-6

        Leo en un reportaje las declaraciones de Mohamed Filui, un argelino de 29 años apresado en una playa de Tarifa cuando intentaba alcanzar Europa: "Tengo estudios y creo en el futuro. Pero el futuro no está en mi tierra". Y pienso en nuestra fe, en el futuro que hoy se tambalea.

        A diferencia de otras culturas, que sitúan los modelos que orientan su vida social en el pasado remoto, en el principio de los tiempos, la nuestra se caracteriza por proyectarlos hacia el futuro, como fin a conseguir, como meta superior que hay que alcanzar. Sea en la versión religiosa que promete otra vida mejor, o en la versión laica que nos incita a conseguirla ya en esta vida, la fe en el futuro como el más allá en el espacio y el tiempo, superación constante del pasado y el presente, es acaso el motor que ha impulsado los mejores y los peores logros del progreso del que nos vanagloriamos. Hace poco más de un siglo África fue el futuro de Europa. La última porción del planeta que quedaba por conquistar apareció como la tierra prometida que podía proporcionar enormes riquezas y una salida para miles de europeos sin futuro en sus países de origen. La herencia de aquella aventura fratricida son las guerras y el hambre que hoy asolan ese continente. Pero también lo es nuestra crisis profunda de fe en el futuro. Porque quizás sólo es posible vislumbrarlo a través de los ojos de esos hombres y esas mujeres que tratan de salvar como sea las distancias entre África y Europa.

EL FUTURO (segunda copia, con erratas rectificadas)

        Leo en un reportaje las declaraciones de Mohamed Filui, un argelino de 29 años apresado en una playa de Tarifa cuando intentaba alcanzar Europa: "Tengo estudios y creo en el futuro. Pero el futuro no está en mi tierra". Y pienso que (en) nuestra fe en el futuro que hoy se tambalea.

        A diferencia de otras culturas, que sitúan los modelos que orientan su vida social en el pasado remoto, en el principio de los tiempos, la nuestra se caracteriza por proyectarlos hacia el futuro, como fin a conseguir, como meta superior que hay que (este párrafo ha desaparecido) alcanzar. Sea en la versión religiosa que promete otra vida mejor, o en la versión laica que nos incita a conseguirla ya en esta vida, la fe en el futuro como el más allá en el espacio y el tiempo, superación constante del pasado y el presente, es acaso el motor que ha impulsado los mejores y los peores logros (también se han comido esta palabra) del progreso del que nos vanagloriamos.

        Hace poco más de un siglo África fue el futuro de Europa. La última porción del planeta que quedaba por conquistar apareció como la tierra prometida que podía proporcionar enormes riquezas y una salida para miles de europeos sin futuro en sus países de origen. La herencia de aquella aventura (esta palabra también ha desaparecido) fratricida son las guerras y el hambre que hoy asolan ese continente. Pero también lo es nuestra crisis profunda de fe en el futuro.

        Quizás porque sólo es posible vislumbrarlo a través de los ojos de esos hombres y esas mujeres que tratan de salvar como sea las distancias entre África y Europa.

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