Publicado en El Periódico de Catalunya, 1990-X-13
El progresivo equilibrio entre personajes masculinos y femeninos en las ilustraciones de los libros de enseñanza no se ha producido aún en los textos, que continúan otorgando una abrumadora preponderancia a los varones.
Si la escuela no fuera la institución legitimada para inculcar en las criaturas esa visión del mundo que los adultos aprendimos un día de nuestros mayores, estos días la prensa podía haber denunciado la incorporación de miles y miles de niños y niñas al engranaje de una secta que - como se dice de otras - habitúa a determinado lenguaje y provoca cierto bloqueo mental. Pero secta es un término que se utiliza para repudiar a colectivos con creencias y prácticas distintas de las nuestras y, en este lugar de encuentro que es la página de un periódico, quién más quien menos hemos sufrido el ritual iniciático escolar, especialmente quienes somos profesionales de la palabra pública (podemos decir, quienes profesamos en el saber alfabético). Por tanto, tendré que justificar por qué hablo de secta escolar.
Ante todo, porque la escuela proporciona una forma de conocer y re-accionar ante el mundo que, sin embargo, se presenta como El Conocimiento, como si fuera de ella no existiera más que la ignorancia (y el analfabetismo!). Y, además, por las características de esa forma de conocer, que sólo podemos clarificar si rebajamos nuestra credulidad y nos aproximamos a ella como a una forma particular de conocimiento entre otras posibles: una forma que selecciona aquellos aspectos de la vida social que define como significativos y en consecuencia margina otros como in-significantes, y que los ordena y relaciona según un sistema de valores.
Para detectar qué visión de la existencia humana transmite el sistema escolar podemos seguir una pista fundamental: la noción de lo humano con que se elaboran los textos que se utilizan en los distintos niveles. Diversas investigaciones han denunciado ya que el repertorio humano que puebla los textos escolares que explican la vida social (los textos de las Ciencias Sociales) es más restringido de lo que hemos aprendido a creer. Aparecen predominantemente varones adultos de raza blanca y clases acomodadas, mientras que aquellas criaturas mujeres y hombres que no se ajustan a este patrón son valoradas negativamente, menospreciadas y hasta silenciadas. Y así hemos aprendido a creer que sólo si nos comportamos como tales varones nos convertimos en agentes de la vida social, de lo contrario diríase que simplemente la padecemos.
El racismo clasista sexista y adulto (el androcentrismo) que de ello se deriva ha propiciado que la UNESCO haya recomendado adoptar medidas para corregir tantos prejuicios. De ahí los cambios que se advierten en los manuales de enseñanza primaria publicados en los años ochenta, según la Tesis Doctoral leída recientemente en la Facultad de Pedagogía de la Universidad de Barcelona por Pilar Heras i Trias. Se han incrementado las ilustraciones, y las ilustraciones con personajes femeninos, hasta el punto de que en los manuales del ciclo inicial publicados al final de la d‚cada se ha constatado una diferencia menor en la presencia de mujeres y hombres. Pero este progresivo equilibrio entre personajes masculinos y femeninos no se ha producido en los textos. Por el contrario, la palabra escrita - la imagen alfabética - parece resistirse a diluir estos prejuicios y aún otorga una abrumadora preponderancia a los varones.
Del análisis de textos utilizados en el Bachillerato y la Universidad podemos concluir la sospecha de que la persistencia de este predominio viril en los textos escritos está relacionada con una atención preferente hacia los personajes y actuaciones propios de los escenarios públicos; y, también, con el grado de abstracción de los textos. Porque, bajo la presunción gramatical de que los masculinos pueden referirse al conjunto de mujeres y hombres, se identifica como concepto de lo humano cuanto en sentido estricto sólo puede atribuirse al universo mental y al sistema de valores de esos actores públicos que actúan al ritmo de la voluntad de dominar el mundo. Dicho con nombres y apellidos, se identifica como concepto de lo humano lo que es propio de esos hombres y hoy también mujeres que, para acceder a esos escenarios públicos, hemos asumido hasta encarnarlo ese modelo de comportamiento viril..., tras el largo ritual iniciático escolar. Y es que, al confundir lo viril con lo humano, lo asimilamos también como patrón de nuestro pensamiento racional que rige nuestros actos, como yo consciente al que atribuimos un conocimiento objetivo que, sin embargo, bloquea todos aquellos otros pensamientos nuestros que hemos aprendido a rechazar como irracionales.
Aquí radica el drama de nuestra adultez alfabetizada: en que ya no sabemos más que repetir ante las jóvenes generaciones y repetirnos unas argumentaciones que, no obstante, cada día nos resultan más insatisfactorias. Por suerte, las estadísticas sobre fracaso escolar y estrés entre el profesorado indican que ya no hay quien aguante el rigor de esta secta alfabética.
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