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No la mató por lástima

Publicado en El Periódico de Catalunya, 1991-X-23

        Me encuentro en un taxi en medio del diálogo entre Luis del Olmo, una de las seis mujeres de Alboraya que acusan de acoso sexual al ex alcalde de la localidad, y el acusado. El taxista escudriña mis pensamientos a través de mis gafas de sol en el retrovisor, o quizá quiere comentar esta versión local del caso americano de la profesora y el juez, porque no para de ajustar el dial y el volumen para salvar las voces del ruido urbano. Pero yo callo. Cierto, hay hombres que usan su poder para lograr desahogos eróticos que no saben disfrutar de mejor forma. Sin embargo, esta líbido viril prepotente - a la que los sociobiólogos atribuyen la capacidad de dominio y superioridad de nuestra cultura - ni se ejerce sólo contra las mujeres ni se manifiesta únicamente en el terreno sexual. Es la erótica domesticada que impulsa a escalar peldaños en la tarima pública. Por eso no afecta sólo a los hombres, ni es patrimonio de los blancos: marca a cualquiera que tenga los mismos propósitos, aunque en grados diversos. Además, después de lo que a una le ha costado des-aprender el "antes morir que pecar", no aplaudir‚ ahora ningún gesto con tufo virginal; al fin y al cabo, ¿no es la contrapartida simbólica que incita a contener y encauzar la erótica agresivamente?

        Una frase del ex alcalde me saca de mis cavilaciones:

        -...Ella lloraba... ­ ¡Y no la maté porque me dio lástima!

        - ¡Ahora sí que se ha lucido!, exclama el taxista. Como si hubiéramos hablado en voz alta todo el viaje.

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