Amparo Moreno Sardà

Publicado en El Periódico de Catalunya, 1992-II-20

        Quizás porque empalagaron mi infancia hasta la náusea con ademanes y tonos patrióticos que luego descubrí disfraz de tantos crímenes, y porque mi vida ha transcurrido en lugares distintos y distantes, me inquietaron profundamente la imagen y la voz televisivas de Jordi Pujol en el Palau Sant Jordi incitando a la juventud al patriotismo. No pongo en duda el derecho de cualquier colectivo a decidir sus formas de organizarse. Pero una cosa es amar la tierra y las gentes que pueblan nuestra memoria y otra, radicalmente diferente, el amor que sienten quienes se proclaman sus dueños, con derecho a usar y hasta a abusar de ella. Aquel sentimiento nos impulsa a procurar eliminar cualquier injusticia. Los mitos patrióticos - tal como nos lo recuerda la etimología - legitiman la consideración de la tierra como patrimonio colectivo de quienes se la distribuyen en patrimonios privados. Y de esta valoración patrimonial emana el patriotismo que exige dar la vida por la patria, con que se justifica el propósito de matar hasta la muerte con tal de perpetuar y ampliar las posesiones... a costa de quienes resultan desposeídos. Por patriotismo un golpe de estado duró tres años de guerra civil y más de tres décadas de dictadura, y, en la democracia, se conmemora la conquista de América. Y esta ambigüedad simbólica, que alienta el nacionalismo que elude otras injusticias, puede derivar, como hemos visto estos días, en que miles de personas salgan a la calle creyendo, con HB, que la paz se puede conseguir a tiros.