Contra la selectividad

Publicado en El Periódico de Catalunya, 1992-VI-23

        El actual sistema de acceso a la universidad sirve para ocultar que la distribución de plazas no tiene en cuenta los intereses de la juventud, que precisamente coinciden con las salidas profesionales que después encontrará.

        La adultez no es un estado natural de los seres humanos. No nacemos adultas y adultos. Aprendemos a representar ese papel a fuerza de imitar de mejor o peor grado a los adultos que nos rodean. Y acaso el sistema escolar es el mecanismo m s potente que ha desarrollado nuestra cultura para reproducir seres humanos que encarnen los modelos adultos sin rechistar. El funcionamiento de esta maquinaria se garantiza a base de que todas las criaturas se sometan a esas pruebas que llamamos exámenes, ¡precisamente en esta ‚poca del año en que la naturaleza nos llama a retozar con ella!. Porque de tanto sufrirlas llegamos a convencernos de que eso es lo mejor que le puede pasar a la gente joven, al fin y al cabo si nosotros (quien no lo aguanta no tiene derecho a la palabra pública) lo hemos soportado ¿por qué no han de hacerlo también los demás?. Y con la excusa de transmitir ese conocimiento con mayúsculas que ha de liberarnos de la ignorancia, cada año la escuela fabrica adultos en primavera para reemplazar a los de las generaciones anteriores.

        Las Pruebas de Aptitud para el Acceso a la Universidad (conocidas como examen de selectividad) a que serán sometidos estos días 250.000 estudiantes en toda España (más de 27.000 en Cataluña) evidencia lo que estoy diciendo.

        En primer lugar, porque muchos de los responsables de su ejecución participaron un día en asambleas y manifestaciones contra la selectividad: una vez m s podemos preguntarnos, tal como hacía el director de este diario, Antonio Franco, en un reciente artículo sobre los 15 años transcurridos desde las primeras elecciones democráticas, "por qué demonios nos hemos traicionado tanto".  Quizás porque nos ciega la adultez.

        Pero además, porque el examen de selectividad no sirve ni para demostrar el nivel de conocimientos y la madurez del alumnado, ni para adaptar las demandas estudiantiles a las ofertas que luego encontrarán en el mercado de trabajo, los dos argumentos que se esgrimen para justificarlas.

        Recordemos que hablamos de chicas y chicos que han llegado a COU porque han superado esa criba que empieza en las condiciones domésticas, familiares y sociales de cada cual. Si después de haber pasado todas las pruebas correspondientes a ocho cursos de EGB, tres de BUP y uno de COU, no han demostrado formación suficiente para acceder a la Universidad, hay que concluir que algo falla. Pero no se les puede achacar a ellos. Lo que falla es esa fábrica escolar que sigue funcionando a pesar de que, según sus propios varemos, una parte considerable de los productos que saca son defectuosos: poco m s del 50% de los estudiantes que llegaron a COU han aprobado en junio, es decir, que la maquinaria y los profesionales sólo han tenido éxito en la mitad de los casos que tenían encomendados. Pretender subsanar este fallo con dos jornadas intensivas en las que se somete a los estudiantes a la máxima tensión es, además de injustificable, cruel. Y el anonimato que se alega como garantía de imparcialidad, hasta reducir al alumno a un código de barras, es falaz, porque es el conocimiento personal de cada alumna y alumno lo que ayuda a calibrar mejor sus esfuerzos y atenúa la ingrata tarea de corregir exámenes.

        Habrá quien dirá que exagero, al fin y al cabo el 85 % de los que aprueban COU superan la selectividad. Pero es que el objetivo no es éste, sino conseguir la nota que abra la puerta a la carrera elegida. Quienes no alcanzan la cifra mágica se convierten en esos estudiantes de segunda opción, que han de estudiar las carreras que por resultar menos atractivas tienen mayor cantidad de profesorado disponible, lo que genera una amarga frustración también entre ese profesorado que sabe que una parte del aula la tiene llena de gente a la que no interesa lo que explica.

        Pero ¿de qué depende conseguir la nota deseada? Solamente de la relación entre las solicitudes de los estudiantes y el número de plazas que las autoridades académicas ofrecen: en las carreras con mayor demanda aumenta la nota que se exige hasta que se cubren las plazas; en las que la demanda es menor, se ofrecen plazas sin condiciones a quienes no han logrado el sitio que querían. Y esta oferta no responde a las necesidades del mercado de trabajo: según un estudio realizado por el Institut d'Estudis Universitaris Josep Trueta a instancias del Consell Interuniversitari Català, publicado en este periódico en enero pasado, la demanda de titulados que hacen las empresas es similar a las opciones que hacen los estudiantes. La oferta de plazas académicas sólo depende de cómo distribuye los recursos la administración. Y la selectividad sirve para ocultar que esa distribución no tiene en cuenta los intereses de la juventud que precisamente coinciden con las salidas profesionales que después  encontrarán.

        Que esto suceda con la complacencia de aquellos y aquellas que no hace mucho protestaban contra la selectividad demuestra hasta dónde puede llegar la obcecación y el cinismo adulto.

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