Publicado en El Periódico de Catalunya, 1993-I-8
Frente a la vorágine de la cantidad y de esa calidad que no es más que la culminación de la lógica cuantitativa, lo que nos hace falta es rescatar y promover todo aquello que nos proporciona una mayor calidez de vida.
Al traspasar el umbral de un nuevo año sentimos con especial premura la necesidad de vislumbrar remedios para los diversos conflictos que vivimos individual y colectivamente. Sin embargo, a menudo las soluciones que se nos ocurren no sólo no arreglan nada, sino que agravan la situación, y donde antes había un aspecto que funcionaba mal o no funcionaba vemos aparecer otros muchos.
¿Qué sucede? ¿Es que se trata de problemas insolubles? ¿O que los conflictos son consustanciales a la esencia humana? Si es así, es absurdo que nos lamentemos y más aún que busquemos remedio. Por tanto, lo primero que hemos de hacer es evitar estas sentencias fatalistas, aunque sólo sea para no cerrarnos el paso a alguna salida por pequeña que sea. Lo que sucede, quizás, es que con frecuencia nos dejamos atrapar en la propia lógica del problema, sin darnos cuenta de que, para poder hallar soluciones, acaso hay que examinarlo desde nuevas perspectivas.
Así, a lo largo del año hemos podido leer en la prensa noticias y comentarios que demuestran que, ante cualquier situación, a los expertos correspondientes sólo se les ocurren soluciones que se mueven en el círculo vicioso de la lógica de la cantidad. Para remediar la devastación de la Tierra y de la atmósfera se hacen propuestas cuyo coste económico una sospecha que requieren nuevos saqueos y, por tanto, un mayor desgaste del ecosistema. Allí donde hay un conflicto bélico se envían más tropas para solucionarlo, de manera que, de momento, se potencia la industria armamentística y se ceba la agresividad imprescindible para participar en los combates y para apoyarlos o simplemente presenciarlos sin conmoverse. La valoración de la situación económica se cifra siempre en un constante crecimiento cuantitativo, sin tener en cuenta a expensas de qué y de quienes se crece, ni los costes sociales y personales que conlleva o cómo se distribuyen los beneficios. Se acepta el incremento del número de parados sin que se plantee que acaso lo que hay que revisar son los criterios sobre la distribución del trabajo, que también resulta excesivo para quienes formamos la población activa y bien estaría que todo estuviera mejor repartido...
También individualmente, cuando las cosas no nos funcionan, buscamos soluciones cuantitativas a los problemas. Estos días tenemos múltiples ejemplos. Pretendemos compensar la falta de diálogo con nuestros hijos, las desavenencias familiares, las incomprensiones con las amistades o las tensiones con los compañeros de trabajo llenándonos de regalos y más regalos cada vez m s caros. Y esta regla nos la aplicamos a nosotros mismos cada vez que ciframos en el más y más la solución a tantas insatisfacciones. ¡De ahí esa obsesión por el dinero que es el motor de un consumo que diríase ilimitado!
Otras veces, a la vista de que las soluciones cuantitativas no resuelven nada, buscamos la calidad, sin advertir que la lógica cualitativa no es más que la versión elitista de la obsesión por la cantidad. La prueba es que los productos de mayor calidad no son menos costosos, sino más.
Ciertamente, esta es la lógica dominante en nuestra sociedad, y por ello nos resulta tan difícil evitarla, por ello la adoptamos y nos adaptamos a ella. Sin embargo, nos consta que las soluciones que nos proporciona resultan ineficaces cuando no multiplican nuestros problemas hasta abrumarnos con su frialdad de dimensiones descomunales aunque sean selectas, con ese gigantismo ante el cual sólo nos queda una inmensa indefensión.
Por ello, frente a la vorágine de la cantidad y de esa calidad que no es más que la culminación de la acumulación cuantitativa, es imprescindible adoptar nuevas perspectivas para poder hallar soluciones de dimensiones más humanas.
No puedo decir exactamente cómo son o en qué consisten estas soluciones, porque no se trata de una receta ni falta que hace que nadie se crea en posesión de alguna gran solución que trataría de imponer a más y más gente. Se trata tan solo de una sugerencia, de incitarnos a adoptar otra actitud para poder tantear, entre las distintas posibilidades, otras formas de contemplar el mundo y valorar el papel que en él nos corresponde a los seres humanos; otro estilo, que no se mueva por el a ver quién tiene más para mostrar que puede más - y que sólo demuestra de cuánto se carece puesto que tanto se ansía -, sino por un sentirnos mejor que requiere mejoras compartidas, garantía de un bienestar colectivo que no ha de diluirse en pautas uniformes; otra manera de vivirnos y vivir que, lejos de obcecarse en el más allá, se inspire en la dimensión tangible de los pálpitos humanos para pensar la vida y nombrarla con palabras que impulsen esas formas de hacer y de relacionarnos más cálidas.
Me refiero, en definitiva, a esa actitud que, a pesar de que nos hemos acostumbrado a excluirla de nuestros cálculos, y aunque ni la mencionamos entre los argumentos con los que entretejemos las disputas privadas o los debates públicos, los contrarresta hasta incluso invalidar sus efectos, luego existe, y diríase que nunca hemos dejado de practicarla: basta con que miremos al pasado y el presente y, en lugar de dejarnos intimidar por el mundo tan cruel y complicado que hemos montado, prestemos más atención a la enorme capacidad que hemos desarrollado los seres humanos para sobrevivir y adaptarnos a las situaciones más difíciles, para resolver los múltiples problemas que hemos ido creando, para seguir buscando las innumerables formas de entendimiento que ensayamos cotidianamente...
Se trata de rescatar y promover todo aquello que nos proporciona una mayor calidez de vida.
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