Publicado en El Periódico de Catalunya, 1993-II-1
Ante la crueldad de la guerra en los Balcanes se han alzado numerosas voces en los últimos tiempos propugnando una intervención militar internacional. Y en la misma lógica claman ahora quienes, ante el crimen cometido contra las tres jóvenes de Alcàsser, argumentan que la solución está en condenar a muerte a los asesinos. En ambos casos se considera que el remedio a la brutalidad está en actuar con al menos la misma brutalidad que se condena, aunque de forma institucional.
Quienes justifican una u otra medida suelen alegar que desconfían de la eficacia de otros procedimientos, y en verdad que no les falta razón, porque no es fácil contrarrestar las diversas manifestaciones de violencia que genera una cultura como la nuestra, que se basa en la ley del a ver quién puede más. Ahora bien, el hecho de que este principio antihumano por definición adopte formas tan crueles sólo en algunas ocasiones, debería sorprendernos por la enorme capacidad humana con que la compensamos habitualmente, en lugar de inducirnos a pensar que se trata de casos aislados que pueden eliminarse con actos similares aunque respaldados por la ley. Por eso, si creemos que ningún ser humano tiene derecho a arrebatar la vida a otro ser humano, no podemos justificar nunca las acciones bélicas o la pena de muerte. Hemos de eliminarlas de nuestras hipótesis. De lo contrario estaremos aceptando - aunque no lo confesemos explícitamente - que estos gestos brutales pueden tener alguna justificación.
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