Publicado en El Periódico de Catalunya, 1993-XII-4
Ante el fantasma fascista que se ha asomado a las urnas en las recientes elecciones municipales italianas, han vuelto a sonar voces de alarma. Sobre el fondo de los años 30, unas miden las posibilidades de éxito de los líderes actuales comparando sus intenciones, su carisma, su poder financiero y tecnológico, con los de Mussolini, Hitler y Franco. Otras, sazonadas con teorías sociológicas, contrastan índices de paro y otras miserias de entonces y de ahora. Todas esgrimen argumentos manidos que, con su fatalismo, poco ayudan a poner remedio antes de que sea demasiado tarde. Porque ni tales circunstancias sociales conducen inexorablemente a soluciones dictatoriales, ni los líderes son los únicos responsables.
Que fórmulas de este estilo se adoptaran en algunos estados europeos, pero no en todos, y que, en el caso de España, sólo se impusiera tras un golpe de Estado que necesitó tres años de guerra civil para triunfar, debería alentarnos ante tanto apocalipsis. Pero, además, conviene recordar que ningún dictador se basta a sí mismo, sino que todos necesitan de una maquinaria burocrática impulsada por numerosos cómplices: algunos actúan en consonancia con el mismo talante, pero muchos más la engrasan disimulando arbitrariedades e injusticias, haciendo ver que ignoran sus consecuencias hasta convencerse de que no pasa nada.
En lugar de lamentarnos, más nos vale erradicar de nuestra democracia cualquier indicio de complicidad servil.
Comments
Post new comment