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Ceder el paso

Publicado en El Periódico de Catalunya, 1991-VIII-29

        En un mundo tan repleto de gente con tanta prisa, lo significativo no son los accidentes mortales. Lo admirable - como nos decimos cada vez que esquivamos a alguien o nos esquivan - es que no haya m s desgracias.

        La muerte en carreteras y autopistas los fines de semana y días de principio y final de vacaciones se ha convertido en una noticia tan rutinaria, que ya no nos conmueve su incesante incremento.

        No obstante, con el loable propósito de frenar este ritmo siniestro, las autoridades responsables del tráfico, al acercarse estas fechas, aderezan el número de muertes del año anterior con recomendaciones y medidas oportunas. Pero en cuanto han transcurrido las horas críticas, el balance de víctimas apunta un nuevo record, como si fuera en vano cualquier afán por zafarse de este destino.

        Se analizan entonces las causas para ver de remediar tan nefastas consecuencias. El aumento del número de vehículos sobre todo cuando el sol y las playas atraen a tanta gente de más allá de los Pirineos, la actitud de algunos conductores dispuestos a adelantar como sea, los efectos del alcohol y el cansancio de los viajes que reducen los reflejos..., hacen la circulación más densa y las colisiones m s propensas. Alguna voz clama también contra el deficiente estado de nuestras carreteras y la obsolescencia de muchos vehículos. Y a las recomendaciones habituales - usar el casco y el cinturón y por supuesto "si bebes no conduzcas" -, se añade alguna otra, como ha hecho este verano la Gerencia de Seguridad Vial de la Generalitat, que ha propuesto "la conducción defensiva".

        A la luz de los resultados, todo parece inútil. Al fin y al cabo, las víctimas de estos días señalados sólo son la parte más vistosa y dramática de los múltiples atropellos, sangrientos o no, que vivimos cotidianamente, en nuestra vida motorizada o a pie, el tributo que pagamos sin rechistar en aras de la que acaso sea la ley fundamental de nuestra cultura: ocupar y dominar el máximo espacio en el menor tiempo.

        Ciertamente, podría resumirse toda nuestra historia colectiva como el conjunto de esfuerzos orientados a desplazarse por territorios cada vez más amplios en m s breve tiempo. El progreso de que nos vanagloriamos es fruto de este objetivo. Y así se ha generado un tupido sistema neurálgico hecho de caminos, carreteras, autopistas y otras vías de comunicación, terrestres, fluviales, marítimas y aéreas, y un amplio repertorio de artilugios que nos permiten transportar personas, objetos y mensajes a distancias cada vez mayores más y más aprisa.

        Pero este principio rige además nuestras vidas personales: desde la más tierna infancia, nos mueve a andar y hablar cuanto antes, a pasar delante de los otros, a correr más que los demás, primero a pie, luego en bicicleta, moto, lancha..., a conseguir coches más y más potentes para llegar más lejos antes que nadie... De modo que cuanta más gente veneramos esta ley, más reforzamos esta lógica que resuena en la memoria profunda de nuestro colectivo y nos impulsa a ir siempre más y más lejos a mayor velocidad... hasta marcar nuevos records que otra vez exigen metas superiores...

        Obviamente, en un mundo tan repleto de gente con tanta prisa, el resultado no puede ser otro que chocar constantemente. Por eso no nos sorprende que aumenten los accidentes de circulación. ¡Lo admirable - como nos decimos cada vez que esquivamos a alguien o nos esquivan - es que no haya más desgracias!

        Y al pensar en estos accidentes fallidos porque algún sexto sentido nos hace ceder el paso, encontramos la fórmula que compensa esa ley que parece imperar sin restricciones.

        Ceder o no ceder el paso. Este es el dilema que se nos plantea a cada instante, y del que depende no ya la muerte, sino que la vida resulte afable o menos o m s insoportable. Entrar en una calle o carretera sin pararse a mirar si viene alguien que acaso tiene paso preferente o lleva una prisa irrefrenable, ocupar el carril de adelantamiento y obligar a los más rápidos o impacientes a adelantar por la derecha, apurar el semáforo sin prevenir que podemos quedarnos en medio del cruce y provocar el embotellamiento, desaparcar o cambiar de carril antes de que pase el vehículo que vemos venir, doblar la calle sin tener en cuenta que los peatones también tienen derecho... no sólo puede ser mortal: contamina el ambiente de una agresividad irrespirable. Tener en cuenta a los otros vehículos y a quienes circulan a pie, y atender a sus movimientos para coordinar los nuestros a los suyos con la disposición de ceder el paso en cuanto se dispare cualquier señal de alerta, es lo que hacemos cuando nos dejamos llevar por el sexto sentido de la supervivencia.

        No son, pues, las víctimas mortales el dato significativo. Más reveladores son los gestos que contrarrestan el a ver quien llega antes con alguna dosis de ceder el paso.

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