Publicado en El Periódico de Catalunya, 1991-XI-16
No decimos lo mismo cuando hablamos de emigrantes o de inmigrantes. Porque es muy diferente ser emigrante o... hablar de los inmigrantes.
Existen emigrantes. La inmigrante, el inmigrante, son seres humanos reales, de carne y hueso, que un día decidieron abandonar la tierra y las gentes con las que crecieron y marchar a la búsqueda de otras posibilidades, aún sabiendo que tropezarían con dificultades y tendrían que adaptarse a otras formas de vida, a menudo también a otros idiomas, incluso a exigencias ignoradas.
Por el contrario, los inmigrantes no existen. No son seres humanos reales. Sólo son una imagen en la retina de personas asentadas en un territorio, un concepto que designa a seres humanos a los que se observa a distancia, haciendo abstracción de cualquiera de esos rasgos que hablan de vivencias humanas, objetivándolos, reduciéndolos a dato estadístico. Y esta cosificación devuelve un fantasma amenazante de lo humano.
Por eso, si queremos pensar nuestra existencia humana sin olvidar la dimensión tangible, cercana, cálida, hemos de usar palabras que nos ayuden a percibirla con toda su riqueza y prescindir de aquellas que la tergiversan y enmascaran: hemos de hablar de gentes sedentarias, o de emigrantes, y evitar el concepto inmigrante. No sea que lo apliquemos a quienes viven hoy lo que acaso vivimos no hace tanto.