Publicado en El Periódico de Catalunya, 1992-XI-30
A veces - lamentablemente, cada vez más - el racismo expresa su brutalidad de forma clara y contundente, vociferante, incluso mortal. Pero estas reacciones no se producirían, o serían actos aislados, si no existiera en nuestra cultura una actitud racista bien enraizada aunque menos espectacular, que habitualmente adopta formas más sutiles.
Así, el racismo se cuela a través de los criterios que suelen aceptarse para definir qué es y qué no es noticia, esto es, para resaltar a unos u otros protagonistas y, en consecuencia, para silenciar al resto de la gente, como si lo que hacen careciera de interés, casi como si ni existiera. Por ejemplo, los gitanos suelen ser noticia cuando alguno o algunos de ellos se encuentran implicados en algún conflicto, especialmente si es sangriento; en otras ocasiones - excepto por su folklore -, raro es que aparezcan en las páginas de los periódicos o en nuestros receptores de radio y televisión. La escasísima atención que los medios de comunicación de masas han dedicado a las primeras jornadas sobre cultura gitana que se han celebrado en Barcelona hace unos días delata ese racismo profundo que se disfraza de objetividad.
Silencios racistas de este estilo no sólo constituyen el telón de fondo sobre el que se resalta el estereotipo amenazante de este pueblo. Ante todo, alimentan esa creencia en la superioridad de nuestra cultura que se enraíza en la ignorancia de los rasgos propios de otras culturas.