Publicado en El Periódico de Catalunya, 1993-XI-12
Las recientes declaraciones del periodista Arturo Pérez Reverte y su destitución como presentador del programa de televisión Código uno, así como su propósito de reincorporarse a su labor como corresponsal de guerra, pone de manifiesto la ambigüedad con que examinamos nuestra vida social a través de esas lentes de aumento que son los medios de comunicación. Diríase que existen formas dignas y formas indignas de dolor, que afectan a la propia dignidad de los profesionales que dan cuenta de ellas: las crueldades de las guerras constituyen la materia prima de la épica, mientras se repudian actos individuales de inferior calibre, aunque sólo sea porque la brutalidad personal difícilmente alcanza el refinamiento de la que es ejercida por un colectivo a menudo sancionado por la ley. Pero, además, si atendemos a los diversos comentarios que suscitan estos programas de sucesos, parece que no molestan tanto - al menos a muchos comentaristas - los padecimientos o las situaciones dramáticas o injustas como el hecho de que se exhiban públicamente.
¿Por qué nos producen mayor desazón las imágenes amplificadas de las lacras de nuestra sociedad que las que sirven para la ostentación de la riqueza y el despilfarro, si nos consta que ambas remiten a realidades que existen a nuestro alrededor? ¿Acaso porque nos sentimos incapaces de equilibrarlas? En todo caso, exhibir el sufrimiento es también un grito de atención para que no nos engañemos.