Publicado en El Periódico de Catalunya, 1991-V-4
Los insultos con que algunos políticos reaccionan ante las informaciones que les irritan, indican el escaso nivel de sentido democrático de que gozan, el alto índice de neurosis dictatorial que les afecta. Y el hecho de que no se avergüencen de tales reacciones, dice de una vida pública que adolece de excesivas reminiscencias autoritarias.
Diríase que, a falta de la censura institucional propia del franquismo anterior a la Ley de Prensa (de la que ahora se conmemora el 25 aniversario), atizan con sus palabras para avivar en los periodistas el fuego de la autocensura.
Obsesionados por conservar los lugares de privilegio que han conseguido, no se dan cuenta de que los tiempos cambian. La dictadura ya no forma parte de la primera memoria de la juventud que empieza a reclamar el recambio generacional. La consolidación del sistema democrático hace al fin impresentables - y poco rentables - aquellos argumentos que tiempo atrás recomendaban ciertos silencios para arropar su nacimiento. Y si bien es cierto que todavía los periódicos insisten en orientar nuestra mirada a los personajes que ocupan las cúpulas de las instituciones, al menos en los últimos años se hacen eco también de sus mezquindades y conflictos, y los problemas que vivimos a ras de calle ocupan cada vez m s espacio. Ya no son tiempos de fomentar la autocensura, pese a quienes añoran su protección. La batalla, ahora, es conseguir que al menos el miedo al ridículo ahogue tantos insultos.
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