Publicado en El Periódico de Catalunya, 1991-VI-15
Veinticinco años han pasado de aquella foto de El Lute, con el brazo en cabestrillo, recién capturado por la Guardia Civil tras su primera fuga.
Todo había empezado por robar unas gallinas. Luego, tres raciones de cárcel..., un consejo de guerra y una pena de muerte que el general conmutó por esa otra condena "a la muerte lenta, a la decrepitud en un penal". Y su decisión, "muerto o libre", le impulsó a arrojarse de un tren en marcha y a arrastrar sus heridas doce días por tierras de Castilla. La foto. Y otra vez la cárcel. Años después, también por estos días al borde del verano, otra foto de El Lute, sonriente, rodeado de guardias muy contentos: habían acabado dos años y medio de incesante huída, tras su histórica fuga del penal del Puerto de Santa María.
Su rebelión ante tanta injusticia nos ayudó a entender en qué consiste la justicia que se escribe con mayúscula, qué privilegios ampara la propiedad privada que consagra y a cuántas gentes abandona a la miseria. Pero tras la agonía de la dictadura, a medida que el "enemigo público número 1" se convirtió en Eleuterio Sánchez y los demócratas se multiplicaron y se acomodaron en sus poltronas, se fue tejiendo ese olvido imperdonable que envuelve hoy las cárceles diseminadas por nuestra geografía. Por eso hoy, el recuerdo de El Lute no es sólo un gesto de añoranza. Quiere ser, ante todo, una llamada de atención sobre esos "cementerios de hombres vivos", "pozos de podredumbre y de miseria".
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