Publicado en El Periódico de Catalunya, 1992-IV-27
Mientras el profesorado actual compartía con sus docentes las pautas de pensamiento propias de la linealidad de la escritura, hoy los alumnos barajan otros esquemas, hechos de imágenes, palabras y sonidos.
Al tiempo que se celebraban los primeros actos conmemorativos del XX aniversario de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Autónoma de Barcelona, se desarrollaron unas jornadas sobre la innovación docente, auspiciadas por el Vicerrectorado de Asuntos Académicos y el Instituto de Ciencias de la Educación. La coincidencia de ambos eventos en el tiempo y en el espacio de la facultad que la universidad dedica al estudio de la cultura de masas propicia que reflexionemos sobre las relaciones entre esos dos grandes sistemas institucionales responsables de otras tantas visiones del mundo que nos afectan.
Ante todo, hay que celebrar que la preocupación por la docencia adquiera peso específico en la universidad. Es cierto que la participación en las jornadas fue reducida y que el medio centenar de experiencias presentadas y la no mucho más abundante asistencia delatan que ésta es la gran asignatura pendiente del profesorado universitario.
Pero precisamente por eso bien está que se empiece a abordar una problemática que hasta ahora sólo parecía interesar a enseñantes de otros niveles educativos. Porque en los últimos años - y la Ley de Reforma Universitaria no ha sido ajena a ello - ha habido tal obsesión por la investigación que se ha olvidado esa tarea básica que hace que, como alguien recordó, los profesores de la Universidad nos llamemos profesores. Y este desequilibrio entre investigación y docencia no ha repercutido sólo en que los penenes de antaño repitamos hoy vicios que un día criticamos. Ha afectado también a una investigación cada vez más supeditada a quienes administran las financiaciones, predispuesta a repetir sin pensar m s lo que se hace en las metrópolis del imperio, parapetada tras la lógica de la perpetuación y ampliación de los feudos académicos.
Este panorama resulta todavía más preocupante si pensamos que el abismo entre las tarimas y los pupitres requiere hoy nuevos puentes que faciliten el diálogo. Porque mientras el profesorado actual compartíamos con nuestros docentes las pautas de pensamiento propias de la linealidad de la escritura, hoy las alumnas y alumnos barajan, junto con los esquemas conceptuales, otros hechos de imágenes, palabras, sonidos y ritmos emitidos por unos medios de comunicación de masas que han arrullado sus primeras sensaciones. Que un tercio de las experiencias presentadas a estas jornadas se apoyen en la utilización de los medios audiovisuales o informáticos indica cierta sensibilidad hacia esta diferencia generacional. Pero conviene evitar una visión meramente instrumental, a menudo no exenta de menosprecio hacia la cultura de masas.
Las dificultades con que ha tropezado la Facultad de Ciencias de la Información en sus veinte años de existencia son consecuencia de esta actitud. Hasta no hace mucho no se cubrieron las necesidades más perentorias, y hoy, la fuerte selectividad que se impone a quienes quieren acceder a sus aulas evidencia el desajuste entre la demanda estudiantil y los recursos que se destinan a satisfacerla. Estas circunstancias han afectado a la docencia. Ante todo, por la masificación. Pero además, porque la facultad se creó sin mediar recursos ni tiempo para formar un profesorado específico. En consecuencia, se nutrió en parte de profesionales de los medios a quienes se nos exigió más cumplir con los requisitos académicos que atender a las constantes transformaciones de esta profesión; en parte, con especialistas de otras facultades que no todos pero sí demasiados adoptaron actitudes pretorianas, en lugar de adaptarse a las necesidades específicas del centro e incluso aprovechar la ocasión para enriquecer sus especialidades.
Sin embargo, la comprensión de la visión del mundo transmitida por los medios de comunicación de masas exige una profunda redefinición del saber académico, tanto de su enfoque de la realidad como de su forma de tratar los datos. Redefinición de lo que destaca como significativo y, en consecuencia también, de lo que menosprecia como insignificante: los protagonistas de los libros de historia y de las restantes ciencias sociales se asemejan a los que ocupan las páginas de los periódicos llamados de información general, con predominio de varones adultos que actúan en los escenarios públicos propios de los marcos estatales; mientras que por esas mismas publicaciones y por aquellas otras que a menudo alcanzan mayores tiradas, por las películas, las canciones, los programas de radio y televisión y por la publicidad comercial, transitan una mayor variedad de personajes, criaturas mujeres y hombres de diversas condiciones. Pero también revisión de una racionalidad que observa las manifestaciones humanas que apelan a los sentimientos - y a esto juegan en distintos grados los medios de comunicación de masas - desde un menosprecio tras el que oculta su incapacidad para comprenderlas. Sólo así podrá abarcar el paisaje de esa aldea planetaria a la que nos asomamos desde la ventana del televisor, y percibir cómo se hilvana mediante imágenes, sonidos y palabras que apelan a la vez a lo que sentimos y lo que razonamos.
Este es el reto que el pensamiento académico tiene hoy ante s¡ si quiere salvar el abismo que separa tarimas y pupitres.
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