Conferència organitzada per la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, y la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, a la seu del Museo Roca.
Internet como instrumento para otras
explicaciones no-androcéntricas o ex-céntricas[1]
Amparo Moreno Sardà
Catedrática de la Universidad Autónoma de Barcelona
Al pensar la sociedad actual solemos utilizar algunos términos de forma reiterativa: hablamos de globalización y también de sociedad de la información, que aparece como la causante de esta globalización; hablamos nuevas tecnologías de la información, de sociedad red, de internet, y diríase que estas tecnologías nos han cambiado la vida, como si afortunada o lamentablemente la tecnología pudiera proporcionarnos aquellas revoluciones que no supimos hacer quienes fuimos jóvenes en los sesenta. Estos términos se han impuesto, aunque a veces ni sabemos exactamente de qué estamos hablando. Pero parece que todas las causas de nuestros problemas, nuestras alegrías, nuestras posibilidades, dependen de esta globalización y de esta sociedad de la información.
La verdad es que estas expresiones me producen cierto cansancio, me resultan redundantes, me suenan a tópicos, porque parece que nos ayudan a explicar la realidad pero cuando intentamos concretar, cuando contrastamos las explicaciones con las que se suelen utilizar, con lo que vivimos, no logramos que concuerden exactamente y no sabemos de verdad de qué estamos hablando. Es cierto que estamos en una sociedad global que nos interconecta a personas que vivimos en partes distantes del planeta. Esta reunión es una muestra, porque aunque nos encontramos juntas personalmente por primera vez, no nos conocemos ahora por primera vez, sino que nos conocimos antes gracias a la globalización y a internet... Incluso sin habernos hablado, sin habernos leído, compartíamos inquietudes, actitudes, búsqueda de soluciones, y hoy simplemente lo manifestamos de vida voz.
Estas redes de comunicación no son sólo cosa de hoy, sino que se ha ido tejiendo a lo largo del tiempo. Sin embargo, en la mayoría de los análisis se suele tener una visión presentista, carente de una perspectiva histórica que de cuenta de la sociedad a la que se refiere, con sus transformaciones; y es frecuente también una visión tecnolátrica, basada en una deificación del homo tecnologicus y de la propia tecnología. Muchos de los artículos y los libros que hablan sobre la sociedad de la información y la globalización se limitan a un hoy plano, sin profundidad histórica, y sitúan la tecnología como sujeto de la transformación social: la tecnología está cambiando el mundo. Se habla de ella para ensalzarla, para adorarla, o para denostarla, para criticarla. Pero tanto desde un lado como desde el otro, se le suele atribuir una omnipotencia que, entre otras cosas, nos deja a los seres humanos en una situación bastante inútil: si la tecnología y las redes de comunicación son tan omnipotentes como se proclama, la conclusión lógica es que no hace falta seguir pensando ni debatiendo nada porque, al fin y al cabo, todo está predeterminado; si la globalización es omnipotente, no hace falta que nos quejemos, ¡dejemos de lamentarnos o de rompernos la cabeza!.
Es necesario tomar conciencia de las posiciones que subyacen a estos discursos, tanto si ensalzan la tecnología como si la critican desde posiciones pretendidamente progresistas. A mi, éstas son las que más me preocupan. El pensamiento conservador es claro, intenta preservar el status quo a cualquier precio. Pero el pensamiento progresista, incluso el pensamiento feminista, que parte de una preocupación por los problemas sociales e intenta mejorar la sociedad para hacerla más justa, cae también en el colmo de esta especie de paranoia de la globalización y acusa a la tecnología y al capital de la creación de un pensamiento único, y a menudo es el único pensamiento que se baraja: profetas de un único pensamiento que proclama que el pensamiento único nos está derrotando. Necesitamos salir de este círculo vicioso que nos encierra en el único pensamiento de que el pensamiento único nos está uniformando.
Yo creo que una manera de salir de este círculo vicioso - que se acentúa cuando estás en los ambientes académicos e intelectuales porque, como decía Foucault, el orden del discurso condiciona integrarse y por tanto conduce a compartir y reproducir el discurso, a utilizar las mismas claves, a encerrarnos en las mismas falacias -, un primer paso consiste en reconocer que la tecnología no es el sujeto de la historia: la tecnología no actúa por sí misma, es solamente tecnología, instrumentos creados por los seres humanos para establecer relaciones y comunicarnos. Los sujetos de la Historia, quienes la hacen, disfrutan y padecen sus consecuencias, son los seres humanos, mujeres y hombres de diversas condiciones.
Desde este punto de vista, pensar históricamente la sociedad de la información y la globalización, no es hacer una cronología de los avances de la técnica ni una genealogía de los poderes que se han impuesto sobre las relaciones sociales. Es comprender en qué formas de relaciones sociales se sitúan esos cambios y esos instrumentos que son las técnicas. Pensar históricamente la sociedad de la información o la globalización, es pensar una sociedad construida mediante redes de comunicación personales que han impulsado el desarrollo también de redes simbólicas, institucionales y tecnológicas; y pensar una sociedad articulada mediante este conjunto de redes de comunicación abre una nueva perspectiva a diversas posibilidades.
Pero en esta tarea tropezamos con un gran obstáculo que considero estrechamente relacionado con las falacias a las que me refería al principio: las mujeres apenas existimos en la explicación académica de la historia, en esa versión con la que todas las personas que hemos sido instruidas en los distintos niveles del sistema escolar, hemos aprendido a pensar el pasado y presente de nuestra existencia social. El pensamiento histórico que hemos asumido nos proporciona una visión parcial de la sociedad. Y el problema no es esta parcialidad. El problema grave consiste en que hemos aprendido a confundir esta visión parcial, con lo objetivo, y a creer que lo que explicamos de una parte es generalizable al conjunto de la sociedad. Y este aprendizaje, examen tras examen, nos dificulta abrir nuestro pensamiento a la diversidad de los seres humanos, de sus relaciones y actuaciones.
Por tanto, pensar históricamente nuestra sociedad actual, la globalización, la sociedad de la información..., como manifestación de las relaciones sociales que hemos entretejido mujeres y hombres de distintas condiciones y generaciones en el pasado y el presente, requiere dotarnos de una explicación capaz de dar cuenta de las actuaciones y relaciones del conjunto de la población, y no sólo de una parte.
El orden androcéntrico del discurso académico
Para salvar este obstáculo, es imprescindible hacer un diagnóstico correcto del problema, no sea que busquemos remedios poco eficaces o contraproducentes.
Ante todo, hay que distinguir entre la explicación, y lo que sucedió: una cosa es lo que pasó, lo que hicieron las generaciones que nos precedieron, la Historia con mayúscula, y otra muy distinta es lo que explicamos, el discurso histórico académico. En la historia que se explica y hemos aprendido en las aulas, las mujeres apenas aparecemos, como si las mujeres no hubiéramos hemos hecho nunca nada; pero si pensamos en la Historia, en lo que sucedió, en lo que hemos hecho los seres humanos, mujeres y hombres de las generaciones que nos precedieron en nuestras diversas relaciones a lo largo de los tiempos, en el pasado y en el presente, es evidente que las mujeres sí que hemos existido y hemos hecho cosas, y que hemos colaborado y colaboramos a que la sociedad sea hoy como es. Por tanto, hemos de diferenciar lo que explicamos, de la realidad social, y poner en cuestión unas explicaciones... con las que hemos aprendido a menospreciar las aportaciones de al menos una parte de la humanidad, las mujeres. Tarea difícil, ya que implica poner en cuestión nuestro propio aprendizaje.
A continuación, hay que partir de la base de que el hecho de que las mujeres no aparezcamos en unas determinadas explicaciones no significa que no hayamos hecho nada, o que lo que hemos hecho ha sido insignificante o menospreciable porque siempre hemos estado sometidas... argumentos frecuentes en algunos discursos feministas. No podemos pensar que a lo largo de los tiempos las mujeres hemos estado sometidas a los hombres y que hoy no sabemos cómo estamos rompiendo esos hábitos, me parece fuera de lugar, sería extraordinario haber pasado tantos milenios subyugadas y de repente esta exageración de inteligencia y de liberaciones. Además, creo que no tenemos derecho a pensar que nuestras antecesoras fueron menos inteligentes o más sumisas o estuvieron menos dispuestas que nosotras a salir adelante. Por tanto hay que buscar otros argumentos. Y pensar que la ausencia de las mujeres de las explicaciones académicas sólo indica eso: que esa explicación, esa forma de examinar el pasado, no tiene en cuenta las aportaciones de una parte de la sociedad, y por tanto, también, que sólo tiene en cuenta a una parte, que es una explicación parcial.
Esta constatación nos lleva a preguntarnos: ¿y a quién tiene en cuenta la explicación académica de la historia?, ¿quién aparece como protagonista en los libros de historia?
Esta fue la pregunta que me hice, cuando tomé conciencia de que yo misma explicaba en mis clases una historia en la que las mujeres no existíamos. Yo creía que explicaba una historia total, en la línea de Pierre Vilar y otros historiadores marxistas; hasta que un día una alumna que hizo ver que no, que la historia que explicaba en clase era, como ella me dijo, tan machista como todas las de esta casa, a pesar de que yo era entonces una militante feminista activa, incluso había escrito un libro sobre la historia del movimiento feminista.
Para remediar mi error, me propuse primero recopilar información sobre qué es lo que habíamos hecho las mujeres, con el objetivo de introducir lo en mis explicaciones en clase, y comprender el conjunto de relaciones sociales, pero teniendo en cuenta que las mujeres existimos y que hemos hecho cosas, que hemos sido activas.
Empecé a leer y releer con el propósito de registrar qué habíamos hecho las mujeres específicamente. Y al hacer las lecturas más lentamente y con más atención, llegué a la conclusión de que el problema de las explicaciones de la historia no era que no dijeran nada de las mujeres, sino de quién hablaban. Yo había estudiado una historia social de acuerdo con las corrientes más renovadoras, en las cuales se partía de la base de que el hombre era el protagonista de la historia, y suponía que ese hombre abarcaba al conjunto de los seres humanos, eso es lo que yo me creía entonces. Pero cuando me pregunté qué se decía de las mujeres en los textos de Carr, de Chesneaux, de Fontana, de Duby..., empecé a ver que no era verdad que el concepto hombre abarcase al conjunto de seres humanos, ya que de las mujeres se decían muy pocas cosas, pero cuando aparecía alguna referencia, normalmente eran marginales, anecdóticas, una ironía para aligerar el texto, pocas veces una aportación de envergadura; y ese dato ponía de relieve que, en los textos de esos autores, las mujeres no estaban incluidas en todo lo demás que se decía del hombre.
De este modo deduje que en la explicación de la historia no se hablaba del conjunto de seres humanos. Tampoco se hablaba siquiera del conjunto de los hombres, la historia tampoco enfoca sólo a los hombres, en los libros de historia tampoco aparecen todos los hombres. En los libros de historia ampliamente utilizados en los medios académicos se habla solamente de una parte de los hombres, de los varones adultos de las clases y pueblos dominantes que actúan en los escenarios públicos, relacionados con el ejercicio del poder.
Por tanto, concluí, el problema de la explicación de la historia no es a quién excluye, sino precisamente a quién incluye, a quién enfoca preferentemente y atribuye el papel de protagonista y sujeto agente. Y este problema se deriva del yo cognoscente del historiador, del punto de vista androcéntrico que adopta el profesional de la historia, sea hombre o mujer, punto de vista que delata una determinada posición que sin embargo se presenta como objetiva. Y el problema con el que yo me encontraba era que, como profesional de la historia, como profesora de la Universidad, yo misma había aprendido a pensar la sociedad y explicarla asumiendo ese yo cognoscente, y que ese punto de vista androcéntrico condicionaba el orden de mis palabras y mis pensamientos.
En los libros de historia y ciencias sociales que estudiamos en las aulas aprendemos sobre todo a enfocar la realidad social y a focalizar a una parte, de todo el conjunto de seres humanos. Aprendemos a enfocar al centro desde el que se ejerce el poder, esto es, al espacio social construido históricamente como centro y ocupado por aquellos seres humanos que, para legitimarse en el ejercicio del poder, son representados como superiores al resto de mujeres y hombres. Y aprendemos, así, también que todo lo que queda fuera de este enfoque, las mujeres y hombres que transitan más allá del centro, son insignificantes históricamente.
Por tanto, el problema con que tropezamos no se reduce a rellenar el vacío con datos sobre lo que hicimos las mujeres, aunque también haya que hacerlo. El problema fundamental es cómo hemos aprendido a enfocar la realidad y a qué seres humanos hemos aprendido a identificar como protagonistas y sujetos agentes, y, en consecuencia, a qué otros seres humanos consideramos insignificantes para la explicación social y sujetos pasivos y pacientes de la historia.
Cuando a finales de los setenta y principios de los ochenta, en las Universidades españolas, empezamos a interrogarnos por el lugar de las mujeres en las explicaciones académicas, cuestiones que después se dio en llamar estudios de género, me opuse a trabajar en una historia de las mujeres porque consideraba que lo que había que hacer era una nueva explicación global de la historia. Porque si diagnosticamos que el problema del discurso histórico y de las restantes explicaciones académicas sobre la sociedad es que falta una parte, la solución puede estar simplemente en llenar esa parte; pero si consideramos que el problema se deriva de adoptar un enfoque androcéntrico, estamos diciendo que tiene que ver con cuál es la posición que hemos asumido también las mujeres académicas, y qué yo cognoscente hemos asumido. Y entonces, no se trata solamente de una dificultad que detectamos en los otros autores o en textos escritos por otros, sino que los textos de los otros se convierten en un espejo que nos ponen de manifiesto cuál es nuestro problema. Y la lectura crítica de los textos, para poder cuestionar el androcentrismo de esas explicaciones, nos conduce a un ejercicio de autocrítica para ser capaces de modificar ese punto de vista. Porque solamente modificando ese punto de vista que hemos aprendido en las aulas podemos estar en condiciones de modificar esa explicación. De lo contrario, puede ser que movamos la cabeza y miremos hacia otra parte de la sociedad, u que enfoquemos a un sector al que antes no se enfocaba, pero con el mismo esquema valorativo, sin modificar la visión jerárquica y excluyente.
El término género, que empezó a utilizarse después, traduciendo sin más la terminología anglosajona, no suelo utilizarlo. Me parece interesante en la medida en que nos permite distinguir entre lo que son los seres humanos, con nuestra diversidad y lo que son los modelos de comportamiento, cuestión fundamental cuando analizamos los medios de comunicación. Pero pienso que tendría que utilizarse siempre en plural: hablar de géneros, ya que los modelos sociales son siempre duales y sólo se pueden entender en esa dualidad. Hablar de géneros, en plural, permite distinguir entre la realidad de los seres humanos en función de las distintas características fisiológicas, en función del sexo, en este caso, y de la división heterosexual de la sociedad, y los modelos de comportamiento que se han construido históricamente. Esta distinción es fundamental.
Sin embargo, considero que puede empobrecer nuestros análisis, porque los modelos de género no son iguales según los distintos niveles económicos, no son iguales según las edades, no son iguales según las condiciones sociales. Dicho de otro modo, continúo pensando que hay clases, inclusive entre las mujeres, y como me planteo la necesidad de articular el conjunto de divisiones sociales, el término género, o géneros, me resulta insuficiente: sólo me permite hacer referencia a una de las divisiones sociales que se da articulada con otras en sus sistema más complejo.
Yo creo que el problema que tenemos es cómo analizamos una sociedad tan compleja como la actual. Las sociedades actuales son sociedades tremendamente plurales y organizadas de acuerdo con un sistema de divisiones sociales y jerarquías, complejo y articulado. Y no hace falta ir muy lejos para descubrirlo. Todas las personas que estamos aquí podemos advertir que nos afecta el modelo de género, los modelos de género, pero también los modelos de clase, los colores de la piel, las edades, las posiciones que tenemos de unas clases determinadas en unos pueblos determinados... Por eso, incluso si definimos el problema en términos de relaciones de géneros, creo que hemos de situarlo en relación con un sistema androcéntrico más complejo.
Para explicar de una forma sintética y clara qué entiendo por sistema androcéntrico, utilizaré las palabras de Aristóteles, ya que este filósofo griego construyó este modelo de una forma transparente, y hoy pervive en el sistema conceptual académico, pero tremendamente opaco.
Aristóteles, en la Política, analiza los problemas del funcionamiento de la polis, y resume el sistema de clasificación social vigente, que considera como natural y superior, en esta frase: dice, "para hacer grandes cosas hay que ser tan superior como lo es el hombre a la mujer, el padre a los hijos y el amo a los esclavos".
Notemos que, precisamente porque no es cierto que existan seres humanos superiores a otros, la afirmación de superioridad se fundamenta sobre la definición de que otras y otros son inferiores: como nadie es superior a nadie, es necesario construir simbólicamente la superioridad que se atribuye a unos pocos... construyendo negativamente a otras y otros. Y negando no de una forma simple, sino negando a varias bandas y de una forma compleja, articulada. La superioridad del varón adulto griego se construye negando que sea mujer, negando su infancia, negando que pertenezca a pueblos que no se proponen imponer su dominio: en la afirmación del varón adulto griego confluyen las negaciones en razón del sexo, de la edad y del pueblo que además se erige como clase dominante. Esta construcción, este modelo humano definido como natural superior, es el que interiorizamos en la medida en que vamos accediendo al saber académico, examen tras examen, saber que genealógicamente transmite el modelo conceptual que fraguaron los filósofos griegos y que se ha reelaborado posteriormente, a medida que se han transformado las sociedades que lo han asumido.
Notemos, sin embargo, que si pensamos atentamente en la frase de Aristóteles y cuestionamos su afirmación de que el hombre es superior a la mujer, podemos posicionarnos del lado de la mujer, pero cuidado, porque la mujer de la que está hablando el filósofo no se refiere a todas las mujeres, sino sólo a la mujer libre, griega. Cuando habla de las mujeres y de los hombres esclavos ni siquiera utiliza el femenino, utiliza un término neutro, porque a ambos los considera seres no libres, cosas. Entonces, si nos posicionamos en el lugar de la mujer definida negativamente, estamos adoptando un modelo de género, pero que también corresponde a la clase y al pueblo que se atribuye el derecho a dominar.
También conviene advertir que este concepto de lo humano, que hemos asumido como natural superior, nos obliga a afirmar negando: nos encierra en la afirmación de que el ejercicio del poder es natural y superior, y también lo son las sociedades que ejercen ese poder, en caso contrario, se incurre en la inferioridad, el primitivismo, la pasividad... Este sistema de valores que hay detrás de este concepto de lo humano, es el aspecto más sutil. Se trata de un modelo humano identificado con un sistema de valores que considera natural dominar a los otros y expansionarse. Esta es la clave que a mí me parece decisiva para entender el problema del androcentrismo: se enfoca solamente una parte de la población que participa en el ejercicio del poder, porque este grupo comparte un proyecto de sociedad en la que se considera natural el dominio de unos seres humanos sobre otros.
Y esto es el patriarcado. El patriarcado no es un sistema mediante el cual los hombres han dominado a las mujeres, al menos, yo no creo que sea tan simple, ni que sea tan fácil que los hombres dominen, y las mujeres aguanten el dominio, este planteamiento resulta además demasiado esencialista. El patriarcado es un sistema más complejo, en el que las distintas personas con distintas posiciones sociales intervenimos asumiendo y resistiéndonos a las relaciones de poder.
El patriarcado como sistema de dominio expansivo
Yo creo que, inicialmente, el patriarcado es un proyecto etnocéntrico, mediante el cual un colectivo humano se autodefine con derecho a dominar a otros, y a expansionarse sobre otros colectivos. De ahí que podamos definirlo como anti-humano. Y precisamente porque es un proyecto anti-humano, requiere, en primer lugar, que la sociedad que lo practica se autoorganice también de forma anti-humana, jerárquicamente. Las sociedades dominantes, para poder implantar y conservar su dominio, han de autoorganizarse jerárquicamente, han de hacer suya la exigencia de asumir ese proyecto primero interiormente, para dotarse de capacidad de expansionarse han jerarquizar sus relaciones sociales internas. Y es en relación con esa autoorganización jerárquica donde cobra sentido la jerarquía entre el colectivo adulto y el no adulto y, en el colectivo adulto, entre los hombres y las mujeres.
Aristóteles explica también con claridad la división sexual en el seno del colectivo dominante cuando dice: "El hombre conquista, la mujer conserva".
Yo creo que en la dualidad de los modelos viril y femenino propios de las clases dominantes, que se transmiten entre las nuevas generaciones mediante la dualidad no adultos / adultos, está la clave del sistema complejo de divisiones sociales en que se basa el dominio expansivo de unos pueblos sobre otros. Y de esta complejidad nos hablan los medios de comunicación cuando representan modelos masculinos y femeninos, adultos y no adultos, diferenciados según las posibilidades de disfrutar del paraíso del mercado de consumo, o padecer las situaciones de marginación social.
Este sistema más complejo nos permite comprender mejor la articulación de una organización social jerarquizada en torno a dos esferas: la esfera privada y la esfera pública. El latín conserva con claridad el significado de las palabras clave que explican las piezas básicas de este sistema. En una sociedad organizada jerárquicamente para implantar y perpetuar el dominio expansivo, lo privado, el patrimonium, es el fruto de la acumulación del botín conseguido mediante la expansión territorial, mientras que la res publica es el espacio social en el que los pater familiae, los que detentan públicamente los patrimonios, negocian cómo se distribuyen ese botín y preparan nuevas fases en el proyecto de expansión, que permitirán ampliar la acumulación colectiva de botín, ampliar la patria. Estas piezas se complementan con otra: el matrimonium es la institución mediante la que mujeres y hombres negocian las alianzas que permiten perpetuar generacionalmente los patrimonios acumulados por mujeres y hombres adultos. Quedan claras así las distintas tareas entre mujeres y hombres de los pueblos dominantes: como explicó Aristóteles, el hombre conquista, la mujer conserva.
Así, la crítica al orden androcéntrico del discurso nos lleva a re-pensar no sólo el concepto hombre, sino también otros conceptos clave que utilizamos en nuestra explicación de la vida social, y a clarificar los distintos elementos con los que poder elaborar otras explicaciones capaces de dar cuenta de la diversidad compleja de nuestra sociedad, y del sistema de modelos de comportamiento, privados, públicos y marginales, que organizan relaciones entre los miembros de los distintos colectivos, según disponen en distinto grado, o no dispongan, de patrimonios, según formen parte de pueblos que impusieron su dominio, o han sufrido ese dominio. Y al mismo tiempo, esta crítica al discurso androcéntrico nos plantea el reto de comprender cómo se ha divulgado entre sectores de población cada vez más amplios, a medida que se ha ampliado el dominio de algunos pueblos, y las permanencias y los cambios en las relaciones sociales que ha implicado esa divulgación.
Además, esta crítica nos proporciona unas pistas bastante claras sobre la lógica de la tecnología de la información: nos hace ver que las transformaciones tecnológicas de las comunicaciones responden precisamente a esta lógica expansiva, al propósito de dominar cada vez más espacio en menos tiempo. Lo que pasa es que, al examinarla así, advertimos que el problema ya no es la lógica de la tecnología de la información, sino de las relaciones sociales que impulsan el desarrollo de unas u otras tecnologías, cuya lógica es el dominio expansivo: expansionarse por territorios cada vez más grandes con la mayor economía de recursos, cada vez en menos tiempo. La lógica de la construcción de las redes de comunicación a lo largo de la historia ha sido, sobre todo, la expansión territorial, llegar a territorios cada vez más lejos con la mayor economía de recursos.
Así, la crítica al androcentrismo nos proporciona la posibilidad de re-pensar la sociedad de la información desde otras perspectivas, como el resultado de haber tejido unas redes de relaciones sociales y de comunicación que, en esa lógica del dominio expansivo, curiosamente, no operan solamente en el espacio público, sino que llegan hasta al interior de nuestras casas, incluso a nuestra intimidad. Y esa lógica de posesión privada y expansiva es la que se representa claramente en la televisión que nos conecta, desde el sofá de nuestras casas, a la trama de satélites que está globalizando el mundo.
Yo creo que esta imagen fácil de ver, porque cada día nos conectamos con esta trama, esta imagen de las redes de comunicación que han entrado hasta en los espacios domésticos, incluso hasta en la intimidad, y que interrelacionan distintos colectivos humanos mediante una trama que se extiende por toda la Tierra, nos está explicando con claridad cómo es la el entramado complejo de relaciones sociales de esta sociedad globalizada en la que estamos.
Y para entender este entramado, como veis, era necesario hacer una crítica al orden androcéntrico del discurso. Para poder entender esta trama transnacional que se inserta en nuestros propios domicilios, según el distinto nivel de confort doméstico de que disfrutamos o no y las expectativas que tenemos, es absolutamente imprescindible hacer la crítica, no solamente al género, sino a la complejidad de divisiones sociales traté de definir mediante el término androcentrismo, que se refiere tanto a un sistema de divisiones sociales y modelos de comportamiento, como a un sistema de valores propio de unos propósitos de dominio expansivo, que implica la apropiación privada de los recursos de la Tierra.
Internet como instrumento para otras explicaciones no-androcéntricas o ex-céntricas
Una vez que hacemos este recorrido, una vez desmontamos el rompecabezas con el que habíamos aprendido a pensar, ya podemos jugar a volverlo a montar, intentar organizar de nuevo los datos que tenemos sobre las relaciones sociales, ver cómo se articulan el conjunto de relaciones sociales, pensar desde otras posiciones distanciadas de los centros no sólo públicos, sino también que cuestionen los sentimientos privados, posesivos. Porque si seguimos pensando desde el centro desde el que se gestiona el dominio expansivo, evidentemente, sólo nos vemos a nosotros mismos. Y lo digo en masculino, porque históricamente ha sido definido en masculino, no nos engañemos, porque para comprender ese funcionamiento del centro hemos tenido que aprender a pensar y comportarnos como el arquetipo viril. Digamos, por tanto, a las cosas por su nombre en lugar de hacernos líos.
Si yo enfoco desde el centro, solamente veo la lógica del centro. Pero si abro mi mirada más allá de esta visión androcéntrica, entre otras cosas puedo descubrir que los medios de comunicación de masas ya están abriendo esa mirada académica androcéntrica. Los medios de comunicación pueden ayudarnos justamente a hacer una réplica a ese discurso académico androcéntrico que restringe su enfoque a los varones adultos que actúan en los escenarios públicos. Porque ya no restringen su enfoque a los escenarios públicos, y a las confrontaciones entre los actores públicos, sino que lo amplían hasta lo privado y lo marginal, y esta ampliación nos permite comprender que la transformación de las relaciones sociales a lo largo del siglo XX ha afectado no sólo a lo público y también, y muy especialmente, a lo privado: a las distintas posibilidades, o no, de disfrute doméstico de los bienes y del confort electrodoméstico.
Advertimos, así, que el discurso académico androcéntrico se ha quedado anclado en la repetición de unos esquemas de pensamiento que quizás tuvieron algún sentido en el siglo XIX, cuando la gestión del dominio de la Tierra se realizaba desde unos espacios públicos que estaban restringidos a los pater familiae de los estados occidentales. Pero este discurso se ha quedado obsoleto, porque los conceptos con los que se construye ya no dan cuenta de las nuevas realidades que se han desarrollado a lo largo del siglo XX, a medida que se han transformado las relaciones sociales y se han desplazado las fronteras entre lo privado y lo público, y también las fronteras entre los estados.
Por eso, cuando las mujeres nos preguntamos hoy dónde estamos en el discurso académico, estamos formulando una pregunta completamente pertinente, a pesar de que nos resulta tan difícil legitimar que tenemos derecho a hacer esa pregunta. Porque si un día se construyó la Universidad excluyéndonos de sus aulas, y hoy hemos accedido a ellas, esta transformación requiere transformar también el discurso. Por tanto, nuestro cuestionamiento del saber académico es pertinente.
Pero esta posición nuestra es un indicio de que han cambiado y podemos seguir transformando el conjunto de las relaciones sociales, no sólo entre mujeres y hombres de los pueblos dominantes, sino en el conjunto de la Tierra. Aunque para ello, es imprescindible que nuestra crítica no se limite al género, sino que parta de la crítica a la complejidad del sistema que se pone de manifiesto en el androcentrismo.
Y yo creo que en esto hemos de ser ambiciosas. Ahora ya sí. Ahora ya no estamos reclamando sólo el derecho a intervenir, ahora hemos de elaborar propuestas de intervención social capaces de dar respuesta a los diversos y complejos problemas que vivimos. Y ahora comprendemos que estas respuestas no pueden venir de unas explicaciones androcéntricas limitadas, restringidas, empobrecidas y obsoletas, y comprendemos por qué nos están conduciendo a una situación social lamentable y que puede ser muy peligrosa.
A mí me parece que hemos de atrevernos a plantear otros proyectos de organización social.
Pero, como he señalado antes, la crítica al androcentrismo requiere, sobre todo, un ejercicio de autocrítica. La crítica al androcentrismo en ningún momento se puede reducir a qué barbaridades dijeron aquellos hombres, porque sencillamente si estamos aquí y podemos hacer esa crítica es porque previamente pasamos por el mismo ritual de iniciación por el que pasaron aquellos hombres. Por eso, también funcionamos como arquetipos viriles y pensamos con los mismos esquemas. Y desde luego os aseguro que si yo no supiera manejarme bien el arquetipo viril no sería catedrática de universidad. Eso lo sabemos perfectamente. Otra cosa es que después intentes hacer otra representación de ese papel. Una vez ves por dónde va el puedes decir, lo represento de esta forma o de esta otra, ahora sí, ahora no, pero lo que no puedes hacer, simplemente, es convertirte en un arquetipo viril y hacer ver que eres una mujer liberada.
Es imprescindible, por tanto, llevar la crítica a la autocrítica. Decir, vaya lío que tenemos, vaya enmarañamiento, vaya complicado que es esto y vaya reto que tenemos. Porque si estamos aquí, es porque si una aprende a comportarse como un arquetipo viril, y se da cuenta que el espacio académico es un espacio de arquetipos viriles y a pesar de todo sigue su carrera académica, por tanto, porque no es un ser puro, porque no ha querido arriesgarse a quedarse fuera de la academia, porque de algo hay que ganarse la vida, y, confesémoslo, algunos intereses materiales tenemos en estar en este espacio y en asimilar esas formas de pensamiento. Pero esta claridad mental también nos ha de llevar a saber cómo nos posicionamos en la sociedad. Por tanto, autocrítica no quiere decir flagelación, sentimientos de culpa contra el otro ni contra mí misma, sino crítica que nos ayude a reconciliarnos con nosotras mismas como seres humanos que, debido a las condiciones sociales en que hemos nacido, a ratos representamos determinados papeles. A veces más, a veces menos, a veces te pasas el día representando el papel en el escenario, pero llega un momento en el que llegas a casa, cuelgas el papel en el perchero y consigues relacionarte con las personas de tu a tu.
Esto es pensar la historia a ras de piel. Esto es adoptar lo que inicialmente llamé una perspectiva no androcéntrica, con la voluntad expresa de dar un valor positivo a la negación, y que también podría definirse como ex-céntrica.
Internet puede ayudarnos a adoptar una postura no androcéntrica o ex-céntrica. Este es un proyecto en el que estoy trabajando ahora: considerar cada ciudad como un espacio de comunicación, un tejido, un nudo de redes de comunicación conectado a la trama de comunicación más amplia. Cada ciudad la podemos considerar como un conjunto de redes de comunicación que penetran en el interior de las casas. La sociedad la podemos considerar como una sociedad red. La primera ventaja de esta imagen es el perderle el respeto al centro. Ninguna red se soporta sobre un solo nudo central. Las redes están formadas por nudos diversos, y tan importante en la red es el nudo central como los nudos que quedan en las zonas periféricas.
Esta sería mi invitación: hacer un paseo por las redes de comunicación que entretejen nuestras relaciones sociales, excéntrico, que también quiere decir plural, desde fuera del centro, e interactivo, que son las posibilidades que nos da internet. Y estas posibilidades nos han de permitir formular otras explicaciones académicas.
Pero en esta tarea es imprescindible adoptar perspectivas no-androcéntricas para que la academia siga siendo lo que fundamentalmente tendría que seguir siendo: un espacio de debate, un espacio de indagación, un espacio de pensamiento, un espacio de crítica. Esta es la aportación que hemos de hacer las mujeres al mundo académico. No podemos reducirnos a los guetos de los estudios de género. Hemos de decidirnos a romper el anquilosamiento de ese discurso académico androcéntrico, que genera un pensamiento político no menos anquilosado.
La tecnología nos está diciendo que hoy la sociedad de redes es una sociedad de nudos centrales y periféricos diversos, que todos son necesarios, porque si no en lugar de una red nos quedaríamos con un nudo que se asfixia a sí mismo. Por tanto, la tecnología nos dice que es posible, que podemos pensar desde cualquier espacio y de forma excéntrica. Podemos apoyarnos en esa tecnología justamente para hacer un cambio de perspectiva, ese sería el reto. Los técnicos han desarrollado esa tecnología porque el capital está detrás, eso es evidente, y por la lógica del dominio. Pero podemos apropiarnos y utilizarla de otras maneras, lo que pasa es que esta otras maneras nos obligan no solamente a perderle el miedo, a tocar el teclado, nos obligan, sobre todo, a cambiar nuestro punto de vista. Y en este cambio del punto de vista, la crítica al androcentrismo es fundamental.
Muchas gracias por haber podido compartir con vosotras estas sospechas e ilusiones.
[1] Versión corregida por la autora de la trascripción de la conferencia que dictó el 16 de junio de 2000 en la sede del Museo Roca, Ciudad de Buenos Aires.